martes, 20 de septiembre de 2011

El Pecado Capital

Eva no respondió. Volvió a besarlo. Lo besó con un beso todavía más profundo que el anterior; lo besó con un beso tan extraordinariamente profundo, que un pedacito, que ella conservaba en su boca, pasó a la boca de Adán.
Y Adán comió aquel pedacito de "no sabía qué".

Así fue, señores, y no de otra manera, como Eva le dio a Adán la manzana; se la dio como los novios se dan los bombones cuando nadie les espía; como los recién casados se dan los postres durante la luna de miel; como únicamente podía dársela, para que él -más noble, más sencillo, más respetuoso siempre que ella con las leyes- se decidiese a aceptarla.
En cuanto a las consecuencias, imagino que ya las adivináis.
No bien hubo probado a su vez la manzana, Adán notó dentro de sí la misma variación que había notado Eva y se vio invadido de idéntico sentimiento que a ella le invadiese. Y ahora, al recibir un tercer beso de Eva, Adán no le pregunó ya:
-¿Qué te pasa?
Sino que susurró:
-¡Vida mía!
Y la devolvió mil por uno.
¡Qué día! ¡Ah, qué día y qué noche de entusiasmo recíproco, de delirio, de frenesí!...



Enrique Jardiel Poncela

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